Entrada 01. En el agua, por fin.

No sé en qué momento exacto lo decidí. Tal vez fue una acumulación de imágenes: un motor eléctrico, la jarcia fija a estrenar, orza lastrada y fija en el casco sin pernos, la promesa de un barco con poco mantenimiento y a buen precio. Lo cierto es que un día, frente a la pantalla, encontré un barco. No un velero cualquiera, sino uno con historia, líneas simples y ese aire de haber visto ya lo suficiente. Un Astraea Albatros. Estaba varado en Portugal, como quien espera sin prisa a que alguien lo mire distinto. Y lo miré.


Este blog arranca aquí, en el momento en que comencé a llamarlo “mi barco”. Cuaderno de un Hombre a Flote no es un diario náutico al uso, ni un manual técnico. Es una bitácora de búsqueda. De cómo traer un barco desde otro país sin arruinarse (y sin perder la paciencia). De cómo encontrar un amarre en el Mar Menor que no cueste más que el propio barco. De cómo convertir cada mejora, por mínima que sea, en un acto de ingenio: aislar una escotilla, reno ar la tapicería completa, fabricar una alarma de garreo con componentes de domótica.


Escribiré sobre los aciertos, pero también sobre los intentos fallidos. Sobre las herramientas que uso, las páginas donde encuentro ideas, las soluciones que pruebo y las que dejo a medias. Todo con un objetivo claro: hacer más con menos. Porque navegar no debería ser un lujo, sino una forma de estar en el mundo. De moverse con el viento, de decidir el rumbo.


En este cuaderno también aparecerán los pequeños viajes. Escapadas breves pero llenas de sentido. Desde fondear frente a una playa desierta hasta planear una travesía sin prisas por la costa. Lugares, silencios, aprendizajes. Y personas, claro. Porque hay una tripulación invisible —amigos, curiosos, navegantes que se cruzan— que hace que estar a flote sea algo más que una metáfora.


Así empieza este cuaderno. Con los pies aún en el pantalán y la cabeza ya mar adentro.

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