Entrada 05. ¿Qué llevarías a una isla desierta si solo vas a estar un día?

Hay salidas que parecen poca cosa. Un paseo de unas horas, quizá a un fondeadero conocido, con previsión de buen tiempo y sin planes demasiado ambiciosos. Y sin embargo, en esas travesías cortas es donde uno más aprende —sobre todo si algo se tuerce.

Os voy a contar qué me llevaría yo para asegurar que la salida sea corta y poco memorable. Porque, seamos sinceros: las salidas memorables siempre son en las que lo pasas mal. Y uno no sale al mar para sufrir. Por eso, cuanto más invisible es la preparación, mejor suele salir la jornada.

Me pasó la primera vez que intenté cruzar el canal del Estacio para salir al Mediterráneo. Siempre pensé que desde el fondeadero de La Puntica hasta la bocana del puerto Tomás Maestre había poco más de una hora, y que cruzar sería fácil. Ese día tardé casi tres, con viento en contra y yendo todo el rato a motor. Mi motor era (y sigue siendo) un Torqeedo eléctrico de casi 3 caballos, y solo en ese trayecto gasté un 40% de batería.

Cuando por fin crucé el canal y salí, me encontré con un viento más fuerte del que esperaba. Allí fuera, el pequeño motor no podía hacer mucho más, y aún gasté otro 20%. No quise alejarme demasiado. Comí algo cerca de la bocana, descansé un rato, y decidí volver a entrar al Mar Menor. Fue al intentar regresar cuando me di cuenta de que la batería no daba más. Y en ese momento, lo que me salvó fue haber dejado el génova arriado sobre cubierta. Tenía el viento de través, lo subí rápido, y pude salir del paso sin más sustos.

Desde entonces, hay cosas que siempre llevo preparadas. Las velas, por supuesto, listas para izar en cualquier momento. Y los rizos siempre pasados por si las moscas. No cuesta nada tenerlos listos, y si veo que puede subir el viento, directamente pongo el foque en lugar del génova. Porque una vela grande no sirve de nada si te está arrastrando en lugar de empujarte.

Llevo también una navaja en el bolsillo, que me ha servido tanto para cortar cabos como para abrir una lata de bonito. Y una batería de repuesto para el motor. Puede parecer mucho para una travesía corta, pero cuando estás en el agua —y más aún si estás solo— lo que llevas a bordo es todo lo que tienes.

Ahora también llevo un motor de gasolina de 5 CV, del que hablaré en otra entrada. Me da más autonomía y tranquilidad, sobre todo para salir del Mar Menor a tiempo cuando hay que ajustarse a la apertura del puente o al viento. Pero aun así, siempre llevo el depósito lleno, por si las moscas.

No es cuestión de llenar el barco de trastos. Es saber qué necesitas para no tener que depender de nadie, para no tener que pedir ayuda a última hora o lamentar no haber cargado lo esencial. Porque cuando estás ahí fuera, lo simple —como una vela a mano, los rizos preparados o una navaja en el bolsillo— se vuelve imprescindible.

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